SIEMPRE APRENDIENDO...
Te
fuiste un día sin más y aunque sabía que ese momento llegaría… me sorprendió,
turbando mi razón, sobrecogiendo mi espíritu y desgarrando mi ser.
No
podía imaginar una vida sin ti. Esperaba tu risa, tu mirada tierna, tus dulces palabras
que nunca llegarían.
Con
el paso de los días aprendí que no volverías. Como me dolía y me duele tener
tus recuerdos y no tenerte a mi lado.
Con
el paso de los meses aprendí que ya no estarías. Una rabia incontrolada
recorría mis venas, martirizando mi cuerpo, torturando mi mente.
Con
el paso de los meses aprendí que tú ya partiste. La desesperación, la
nostalgia, la ira a veces, se apoderaban de mi castigado espíritu.
Pero…
con el paso de los años aprendí que simplemente habías cogido un tren que
partía antes que el mío. No era un adiós, sino un hasta pronto.
Con
el paso de los años aprendí que el dolor es inevitable, pero que el sufrimiento
es opcional. No más lágrimas, no más recuerdos tristes, no más negación a la
esperanza…
Con
el paso de los años aprendí que nunca te fuiste. Aunque tu cuerpo perecedero ya
no esté, tu presencia nunca partió. No importa dónde te encuentres, siempre te
llevo conmigo. Aún te siento en la brisa rozando mi rostro con un cálido beso,
aún te veo en mis sueños, deleitándome con cada una de tus sabias palabras.
Siempre
estuviste y estarás porque nunca te fuiste, siempre estuviste y estarás
presente en mis recuerdos, mi mente, mi alma… como dos gotas de agua que se
fusionan en un mismo espacio, formando un mismo ser, así ahora te siento y
cuando llegue el momento de partir, sé que lo haremos juntos cogidos de la
mano, sonriendo.
HASTA SIEMPRE PAPÁ.
Por Virginia Ripalda Ardila
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