miércoles, 31 de enero de 2018

Turion: El semidrow






TURION: "EL SEMIDROW".


Cuenta una leyenda, que hace muchos años existía un reino habitado por hermosos elfos, de apariencia frágil y delicada. Se caracterizaban por tener orejas puntiagudas, piel pálida, cabellos lisos y unos grandes ojos almendrados que se extendían hacia  las sienes, ribeteados por abundantes pestañas. Poseían gran agilidad y destreza en sus movimientos, sobre todo, manejando el arco, ya que eran adiestrados desde pequeños; además de tener una desarrollada visión nocturna. Su presencia en el bosque, a veces, era prácticamente imperceptible,  ya que tenían la gran habilidad de desplazarse de un modo sutil y silencioso, eran muy veloces, grandes trepadores y escaladores. Y... si a todo esto, le añadimos su gran conocimiento de los bosques,  hacían de esta especie unos magníficos y grandes guerreros. Muchos dicen que son inmortales y que dominan las artes mágicas, otros que pueden vivir cientos de años. Lo cierto es, que no envejecen. El paso de los años para ellos es un gran aliado, ya que simplemente los dota de gran sabiduría y virtuosismo. Incluso existen algunas leyendas que afirman que los elfos fueron los primeros habitantes de la Tierra y que sus primeros orígenes fueron en frondosos bosques nórdicos rodeados de la madre naturaleza. En su sociedad existen pocas normas y si hay algunas, son muy básicas. La principal es, vivir en armonía y en paz. Pertenecen a una antigua cultura y son amantes de la música, la poesía, la danza y todas las artes en general, gozando de actividades alegres y agradables. Son pulcros y limpios, con un gusto exquisito a la hora de vestir; suelen utilizar ropas de color verde y tonos marrones, ya que de esta forma pueden camuflarse mejor dentro de su entorno. Dominan los secretos de la naturaleza, la astrología, la telepatía y la telequinesia,  siendo capaces, los más sabios,  de ver el futuro y tienen una gran capacidad de comunicación, siendo grandes oradores. 
Bartar, el elfo que tenía más años, siempre advertía a los más jóvenes y atolondrados muchachos, ya que había visto en las estrellas y constelaciones, que una desgracia caería sobre la mitad de la población elfa. Él siempre decía:
"Respetad a todo tipo de seres vivos, ya sean elfos, ninfas, humanos, sílfides, trolls, sirenas, plantas, animales... No importa su apariencia física, pensad que siempre son seres que sienten y padecen".
Los años transcurrían como si fueran días para ellos y una mañana calurosa de verano, mientras varios elfos chapoteaban en las aguas cristalinas de un riachuelo que cruzaba el frondoso bosque, apareció una anciana. Su aspecto era el de una mujer escuálida, de rostro enjuto; su piel había perdido toda la frescura que tiene la juventud; su pelo áspero, ensortijado, estaba cubierto de largas  y despeinadas canas; su espalda presentaba una gran curvatura, acentuándose con una gran joroba y su vestimenta estaba constituida por viejos y raídos ropajes. Cansada del largo camino, suplicó un poco de agua a aquellos desenfadados jóvenes. Uno de los elfos comenzó a mofarse de la pobre anciana, seguido de risas y burlas del resto de sus compañeros. Generalmente, los elfos solían ser seres reservados y algo desconfiados, pero siempre habían sido colaboradores, bondadosos y buenos amigos. Desgraciadamente, este grupo de malcriados y caprichosos elfos, rompían la norma.

- ¡Qué fea es!- exclamó uno de ellos con grandes carcajadas- ¿Habéis visto el color de su pelo? Parece un estropajo.

- ¿Quieres agua? - Preguntó otro, mientras la arrojaba sobre la cabeza de la aquejada y achacosa mujer.
- ¡Lávate! ¡Apestas! - Interrumpió una perversa y frívola elfa, llamada Sadronniel, a la vez que la empujaba.

La pobre anciana dio de bruces en el suelo, golpeándose la cara. Sólo un joven elfo se acercó ofreciéndole su ayuda y un poco de agua.

- ¡Gracias, muchacho!- contestó la mujer sacudiéndose la falda y limpiándose las gotas de sangre que brotaban de su gran nariz.

En esos instantes, la cólera se apoderó de la anciana. Apretó sus puños, tensando su mandíbula,  transformándose en la elfa más hermosa que jamás habían visto aquellos jóvenes. Miró al cielo, levantó sus brazos y con una voz clara gritó:



- ¡Maldigo a estos jóvenes que se declinaron por las fuerzas del mal y a su pueblo! El sol que ilumina la tierra desaparecerá de su mundo. Formarán parte de las tinieblas y la oscuridad. Vivirán en cuevas subterráneas donde el frío y la humedad serán sus grandes compañeros. El blanco impoluto cubrirá sus cabellos e iniciarán una nueva raza de elfos llamados "drow" que vivirán en el inframundo.  Sólo tú, joven elfo y todos aquellos seres que poseen un corazón noble y puro, quedarán fuera de esta maldición. Transcurrirán las noches y los días, los meses y los años y en el amanecer que un drow sienta compasión por otro ser que no sea su propia naturaleza, en ese justo momento, esta maldición se romperá.  Recordad siempre que la gracia y la hermosura no están en el exterior, sino en el interior de los seres vivos, en el alma. Esa es la única y verdadera belleza, capaz de subsistir al paso de los años y al tiempo. ¡Claro! Vosotros no valoráis las bondades del alma y el espíritu porque lo tenéis todo, ni siquiera envejecéis. Sois seres banales,  caprichosos y superficiales, que sólo se preocupan de una belleza efímera, pero en el lugar a donde iréis, no existirá ni un atisbo de luz, será oscuro y lóbrego; pocos podrán admirar vuestras sobrevaloradas apariencias y un sentimiento de melancolía, rabia y tristeza  invadirá vuestras almas. ¡Ah!, disfrutad de estos hermosos rayos de sol, porque serán los últimos que verán vuestros ojos.

- ¡Es una horrible bruja! ¡No hagáis caso!- exclamó Sadronniel con gran arrogancia.

- Ja, ja, ja, ¡verdad! ¡No hagamos caso!- dijo otro elfo mientras volvía a chapotear en el riachuelo.

La bruja desapareció entre la maleza del bosque y los inconscientes jóvenes siguieron disfrutando de aquel día de verano. Solamente el noble elfo, quedó preocupado con las palabras de aquella extraña mujer. El sol se fue poniendo irremediablemente, y el ocaso llegó, cubriendo de oscuridad y pesadumbre  aquel frondoso bosque y la abrupta montaña. Un gran estruendo alarmó a la comunidad de elfos, obligándolos a  salir de sus acogedoras casas en mitad de la cálida noche. El asombro en sus caras se reflejó inmediatamente, al ver la tierra rota en dos. Una profunda franja tectónica la atravesaba.   



Una fuerza oculta, iba atrayendo a cada uno de los elfos, a la vez que sus cabellos cambiaban de color, cubriendo sus cabezas de espesas mechas blancas y sus pieles se volvían oscuras como la obsidiana. Uno tras otro, bajaban por una gran escalera de piedra que los conducían a profundas y oscuras galerías. Allí, se iba perdiendo la imagen de cada uno de ellos.

- ¿Qué sucede? -  preguntó una pequeña elfa asustada.

- ¿Qué habéis hecho insensatos? - gritó Bartar, mirando las estrellas.
- ¡Ha sido la bruja!, ¡ha sido ella!- vociferó horrorizada la innoble elfa, a la vez que iba bajando las empinadas y profundas escaleras, dirigiéndose hacia el desconocido abismo.
- ¡Os lo dije una y otra vez!, ¡respetad a todos los seres vivos! Al final se cumplió la profecía - exclamó el sabio elfo mientras clavaba sus rodillas en el duro suelo lamentándose.

Familias enteras quedaron rotas: hijos, padres, parejas, hermanos, amigos... Resurgiendo una nueva especie de elfos: los drows o elfos oscuros. La maldición los castigó con el cautiverio de la oscuridad, privándolos de la luz del día y del calor de los rayos de sol.  

El paso de los años les atribuyó cualidades propias de la vida subterránea, como la visión infrarroja, oídos muy desarrollados y la percepción de corrientes de aire, teniendo la gran habilidad de detectar puertas secretas. Construyeron bajo el suelo, una inmensa e impresionante ciudad de piedra recorrida por amplías y retorcidas galerías y formaron una sociedad matriarcal, en la cual, había que respetar unas normas jerárquicas muy estrictas, siendo la guerrera-sacerdotisa la malvada drow Sadronniel, la frívola elfa del riachuelo que empujó aquel desafortunado día, a la desvalida anciana. Los varones drow, en esta sociedad no tenían cargos relevantes, se limitaban a ser grandes guerreros, exploradores, mercaderes y en algunos casos dominaban la magia. La oscuridad no sólo se adueñó del lugar, sino también de sus corazones, convirtiéndolos en una raza diabólica: Eran rastreros, codiciosos, mentirosos, crueles y grandes estafadores, capaces de vender hasta su propia madre. La violencia y las constantes luchas entre ellos eran unas de sus distracciones y en ocasiones, raptaban a  jóvenes humanos para el deleite de sus bajos instintos, practicando agresiones sexuales. De estas prácticas deshonrosas,  nacían los semi-drows que eran mestizos de drow y humano, compartiendo características de ambas especies. El joven Turion era un ejemplo de esta nueva raza. Fue dotado de inmensa gracia, su apariencia no era frágil como la de un elfo, sino fuerte y atlética como la de un humano,  su piel era clara como la de un elfo y su pelo blanco como el de un drow; pero lo más importante era que la mitad de su alma era humana, quedando un pequeño fragmento de bondad en su corazón. Le gustaba la poesía, la pintura, la danza, pero sobre todo le apasionaba la música. Podía pasar horas y horas deleitándose con su arpa. Una noche el sonido de una melodía, lo atrajo hacia la escalera que llevaba al exterior de la montaña. Tímidamente asomó su blanca cabeza, y allí a lo lejos vio a una hermosa elfa que danzaba y cantaba con una voz angelical.
A la siguiente noche volvió a subir la escalera viendo nuevamente a la joven. Esta vez, interpretaba la melodía con un instrumento que ella misma había fabricado, al compás de la propia naturaleza, como el canto de los pájaros o el murmullo del viento. Fiel a su cita, acudía todas las noches sin ser visto y sin darse cuenta, se enamoró poco a poco, de la alegría, de la vitalidad y de la luz que desprendía Rodwen,  la bella elfa. Su obsesión llegó a ser tan grande, que una noche de forma  espontánea salió sigiloso de su escondite y como una fiera descontrolada por sus bajos instintos, raptó a la joven, comportándose como un bárbaro y cruel drow. Rodwen gritó y forcejeó, pero sus palabras se las llevó el viento. Nadie la escuchó en el silencio de la noche. Era como si la montaña envolviese cualquier sonido, atrapando cada uno de los fonemas que emitía la hermosa elfa. Descendieron por la escarpada y oscura escalera, recorriendo largos y angostos pasillos, que comunicaban cavernas oscuras, llenas de estalagmitas y estalactitas. Un silencio  profundo envolvía el umbrío lugar, sólo el ruido de las gotas de agua que atravesaban las gruesas piedras, resonaba una y otra vez, como el tic-tac de un reloj.  Al final del recorrido, había una gran puerta de madera de aspecto envejecido. Turion la abrió, deslizando de su hombro izquierdo a la ligera muchacha sobre una mullida cama.

- ¡No tengas miedo! ¡No te haré daño! - dijo el joven con voz calmada.

- ¿Dónde estoy?- preguntó Rodwen alterada -¡No veo nada!
- Esta es mi casa. Ahora, será también la tuya.- contestó Turion, mostrándole con los brazos su humilde morada, olvidando que la joven no poseía los dotes de su visión.

La estancia era modesta, pero poseía todos los utensilios y muebles para que fuese acogedora. Sorprendentemente, la temperatura en su interior era muy agradable. La tierra que la cubría le proporcionaba una protección natural contra los efectos negativos del entorno, como el intenso frío en invierno y el pesado calor en verano.  Tenía un inconveniente, las paredes presentaban una forma más bien abovedada, causando problemas con la disposición de su interior, especialmente con la situación de los muebles y algunos cuadros.


- ¿Dónde están las ventanas? - preguntó Rodwen con ansiedad.

- En nuestras casas no existen las ventanas. La luz del sol es como un tóxico para nuestra especie. La debilidad máxima de un drow es el sol. No podemos exponernos abiertamente a la luz del día. Incluso nuestras armas pierden lentamente sus propiedades mágicas, ya que están hechas con Adamantina. Ni siquiera la luz de las estrellas, alumbra nuestra ciudad. Nuestro cielo es un gran techo de piedra. .
- ¡Quiero salir de aquí!, ¡necesito salir de este lugar!,- gritó la joven  angustiada- ¡no puedo ver!, ¡necesito la luz!
- No te preocupes, pronto tus ojos se adaptarán a la oscuridad y serás capaz de ver como nosotros. No obstante, tengo algunas velas que calmarán tu angustia. Mañana buscaré más, entre las sacerdotisas y hechiceros, que son los únicos que utilizan estos fuegos.
Turion prendió algunas velas, repitiendo varias palabras en una lengua desconocida para la joven y suavemente deslizó sus largos dedos por las cuerdas de su arpa, emitiendo una dulce melodía que calmó a Rodwen, hasta que cayó dormida entre los efluvios que desprendían aquellas titubeantes luces. Al día siguiente, la bella elfa despertó y nuevamente la inquietud y el desazón se apoderó de su ser. Allí estaba el joven drow, entre penumbras, con un presente entre sus manos  para apaciguar su dolor. Pasaron varios días y Turion generosamente, la cubrió de mimos y regalos, respetándola en todo momento. Pero... nada de esto consolaba a la joven elfa.
- Hoy conocerás a  mi familia. Mi madre es una humilde humana que se dedica a servir a una de las sacerdotisas y de mi padre... mejor ni hablar. Renegó de nosotros cuando yo nací.
- ¡Qué cruel!- exclamó Rodwen.
- Si- Afirmó el muchacho con el semblante triste- Pertenece a una de las casas más prestigiosas de esta ciudad y... al fin y al cabo yo simplemente soy un mestizo.
- Pero... ¡eres su hijo! - volvió a interrumpir Rodwen.
- Lo cierto es que nunca nos ha faltado nada. Hemos tenido casa y alimento. 
- Os ha faltado lo más importante, el calor y el amor de un padre y un marido.
- ¡Bueno! En este lugar ambas cosas son secundarias, incluso la compasión es objeto de desprecio.

Turion la guió acompañado de una vela,  por numerosos túneles interminables que conectaban distintas cavernas, a través de sombríos y sinuosos pasillos, mostrándole la grandiosidad de una ciudad perfecta en sus formas. Tallada cada piedra con mágicas manos, conformando grandes e ilustres casas señoriales. Sin embargo, esto sólo era una mera fachada que ocultaba la crueldad de una raza diabólica, dominada por la oscuridad y las tinieblas. El recorrido finalizó ante una de estas casas, golpeando varias veces la aldaba sobre una cabeza de clavo con la forma del rostro de un orco. Una figura encapuchada abrió la puerta, la extraña silueta extendió sus brazos, dirigiéndolos hacia Turion. 


- ¡Hijo mío! ¡Pasa!- dijo la mujer mientras lo abrazaba tiernamente.

- Madre sólo vengo a presentarte a Rodwen.
 La mujer se acercó a la joven elfa y con sus manos acarició su rostro.
- ¡Qué hermosa eres! - exclamó - ¿Por qué llevas una vela?
- Para que Rodwen pueda ver- contestó el semidrow.
- ¿No es una drow?- preguntó la madre.
- No, es una elfa.
- ¿Por qué has bajado a los infiernos muchacha?
- Este drow me ha obligado a hacerlo - respondió la elfa entre sollozos.
- ¿Qué has hecho hijo mío? - gritó la madre- ¡Te estás comportando igual que ellos!, ¡igual que tu depravado padre!
- ¡No!  ¡Yo la amo! - contestó Turion.
- No puede haber amor en un acto tan deshonroso y deleznable - interrumpió la madre.
- Ella se habituará a este lugar y tarde o temprano, me amará como yo a ella.
- Turion, ¡mírame! He gastado mis años entre tinieblas, ni siquiera mis ojo pueden ver. Sólo por ti he aguantado este castigo, día tras día. No hagas que esta joven pase por este calvario. ¡Libérala de este infierno!

Turion no hizo caso de las sabias palabras de su madre, y los días, las semanas y los meses fueron pasando, a la vez que Rodwen fue cayendo en un abismo de tristeza. Su pelo se cubrió de blancas canas, su voz se apagó y sus ojos... no lograron tener los dotes de visión que el joven le había prometido, sino todo lo contrario, una espesa y densa niebla se había apoderado de su frágil visión. La hermosa elfa de la que Turion se había enamorado apasionadamente, había desaparecido. Hasta que una mañana el joven comprendió, que el lugar de Rodwen estaba en la superficie de la Tierra, bajo los cálidos y brillantes rayos de sol. Cuando el crepúsculo cubrió la montaña, el semidrow guió a la joven y melancólica elfa por los zigzagueantes túneles, llevándola nuevamente a la escarpada escalera que conducía al exterior: a la vida. Allí, con el corazón roto se despidió de la marchita muchacha.


- Perdóname por dártelo todo y a la vez, privarte  de lo que más amas. Mi desdicha será llorar todos los días tu ausencia, mi compañera la triste y pesada soledad, mi castigo tener el alma repleta de amor, los latidos de mi corazón llenos de pasión y no tener a nadie con quién compartirlos. Aún no te has ido y ya tengo miedo de perderte, si es que en algún momento te tuve de verdad. Me conformaré con que en mis sueños seas mi vida, aunque en mi vida seas sólo un sueño.


Una lágrima se deslizó por el rostro de la pálida muchacha y con una suave voz le dijo:


- A pesar de tu inconsciente e irracional acto, me has respetado y tratado con mucha dulzura. Aunque no lo creas, he llegado a amarte, pero la oscuridad y la penumbra son antagónicas a mi ser. Mi naturaleza necesita la luz para vivir. En este mundo de sombras, siento como si mi espíritu quedara atrapado en un pozo sin fondo, subyugado a un pueblo y una raza que se siente superior. Tú eres luna, yo soy sol, y aunque el universo es infinito no hay lugar para los dos. 

- No sigas- interrumpió Turion mientras le acariciaba sus finas manos- Ya eres libre, ¡vuela!, ¡vuela como un pájaro! Es hora de que tus alas se expandan y te dirijas a otro cielo, alejándote de este infierno y desde el sol y las estrellas me mandes tu consuelo. Todas las noches ansioso subiré, buscando esas notas melódicas que salen como pétalos de flores de tu angelical voz y aunque el sol alumbra el día y la luna la noche, siempre existe el ocaso donde coinciden ambos astros. Allí te esperaré eternamente.

La joven elfa lo abrazó fuertemente y entre sollozos se despidió del bello semidrow. Turion volvió a las entrañas de la Tierra y con gran resignación soportó el dolor que afligía su corazón. Sin embargo, sentía que había hecho lo correcto, como si se hubiese liberado de un gran peso que lo angustiaba y  dominaba, realizando el acto más valiente, generoso y noble que puede llevar a cabo un alma enamorada. Las horas pasaron lentamente, resultando una noche larga y pesada, pero como siempre, un nuevo amanecer llegó. Pero... esta vez la luz del alba penetró por cada grieta que recorría aquella montaña y sorprendentemente, los ojos de muchos drow y semidrow podían soportar el brillo y la luminiscencia que emitía cada fotón de luz, procedente del astro sol. Emergieron de las profundidades del inframundo, retozando con las hojas y ramas de los árboles y la fresca hierba. El sonido del viento y el cantar de los pájaros, despertaba en ellos sensaciones de alegría y creatividad.  Los sentimientos de tristeza, melancolía y rabia habían desaparecido, al igual que sus cabellos blancos, que poco a poco iban pigmentándose de color. Sólo los drow de corazones oscuros quedaron relegados al inframundo. Turion buscó a su madre, acompañándola a aquel maravilloso festín de vida y naturaleza.


- ¡Hijo mío, busca a Rodwen! Quizás, ahora puedas conquistarla. 


Turion corrió a través del bosque gritando el nombre de la elfa. Una anciana se cruzó en su camino y con una débil voz le suplicó un poco de agua. El muchacho, no lo dudó ni un sólo instante.  Decidido se acercó al río y le trajo un poco de agua a la afligida anciana.


- Joven Turion eres noble y puro de corazón. Has demostrado tu generosidad por segunda vez. Aunque al principio Rodwen te rechace, no decaigas en tu intento. Tarde o temprano ella será tuya.


Así fue, la sabia anciana no se equivocó al predecirle el futuro. Tras varios meses de una larga paciencia, Turion llegó a conquistar el corazón de la joven elfa, siendo una de las parejas más felices de toda la comunidad de elfos.


Siempre hemos de tener presente, el respeto y la tolerancia hacia otros seres vivos. No hay criaturas mejores que otras, sólo diferentes. Nunca una gota de agua es idéntica a otra. La diversidad y variedad es lo que enriquece nuestra especie.  

Respeto es la capacidad de aceptar a todo lo que posea vida, a toda nuestra diversidad a la cual pertenecemos

FIN.


Por Virginia Ripalda Ardila.