miércoles, 19 de septiembre de 2018

El nacimiento de un psicópata.



El nacimiento de un psicópata.



Miro mis manos envueltas en sangre dejando caer al suelo un frío cuchillo. Junto a mis pies yace una persona muerta, un cuerpo inerte, inanimado. Su sangre brota por su fino cuello deslizándose por su garganta, salpicando mis zapatos. No soy capaz de sentir ninguna emoción y, por tanto, tampoco remordimiento alguno. Sólo siento una necesidad irrefrenable de llenar este vacío que irrumpe en mi vida. Sólo necesito una sobredosis de adrenalina para sentirme vivo. Observo su cuerpo aún caliente, recreándome en mi obra. ¡No paro de mirarlo, algo me impide dejar de hacerlo! Me deleito con cada gota de sangre que emana de su maltrecho cuerpo,  con el recuerdo de sus últimas palabras suplicándome por su miserable vida, con ese silencio que puedo incluso saborear. Un placer desmedido se desborda por mi pecho al sentir el dolor que desprende esa persona antes de perecer. Me siento poderoso cuando inflijo dolor a otros, cuando decido quién puede vivir o quién puede morir.  ¡Nadie me entiende!, ¡nadie es capaz de hacerlo!, ya que estoy más allá de su experiencia, más allá de la razón. Una voz oscura taladra mis tímpanos incitándome a cometer actos que la sociedad considera atroces.  Mis pensamientos son tan oscuros como una noche sin luna. Dentro de mis entrañas siento que habita un ser maligno sediento de sangre y un deseo incontenible de matar me persigue...

Yo antes no era así, simplemente era una persona más en nuestra sociedad. Cumplidora de las normas impuestas y de una moral impecable. Incluso se podría decir que era noble, con gran empatía y sensibilidad. A veces... ¡Ni yo mismo comprendo qué me sucedió! 

Todo cambió a raíz de un accidente... Era una noche oscura, de esas que a veces dan  mucho miedo. Los grandes y negros nubarrones cubrieron el cielo, descargando un gran aguacero. Abandoné la autopista y comencé a circular por la carretera secundaria que llevaba a mi casa. Tras varios kilómetros me sorprendió en medio del camino un gran perro que traté de esquivar, sin mucha suerte, ya que me salí de la carretera golpeando mi vehículo contra un poste. Me quedé sin respiración, con las manos sujetas al volante, incapaz de reaccionar durante unos segundos. No recuerdo mucho más, sólo mi imagen reflejada en el espejo retrovisor atravesando mi cabeza un fino tubo de metal. Llamé yo mismo al 112, ya que estuve consciente en todo momento. Tras varias semanas sufriendo algunas etapas de fiebre y delirios, las funciones de mi cerebro parecían haberse recuperado casi automáticamente, manteniendo mis facultades intelectuales y motrices. Sin embargo, mi personalidad cambió, ya no era el mismo. Me convertí en un ser inconstante, egoísta, irreverente, blasfemo, impaciente y con una gran agresividad.  Me transformé en un monstruo sin sentimientos, una bestia descontrolada sin alma. Creo que la mayoría de los seres humanos tienen dentro esta alimaña que en ocasiones es capaz de salir y corroer poco a poco sus entrañas, despertando la capacidad de matar, la capacidad de cometer un asesinato.


La pregunta que nos podríamos hacer tras leer este corto y ficticio relato, sería la siguiente: ¿El psicópata nace o se hace? 

Algunos expertos en psicopatías piensan  que el psicópata nace, debido a un menor desarrollo en algunas regiones del cerebro, como es el sistema paralímbico. Por tanto, puede ser un factor genético.
Pero... existe un caso real muy curioso de un hombre que sufrió un accidente con una barra de hierro que atravesó su cerebro, produciendo una lesión del lóbulo frontal, alterando su personalidad, las emociones y la interacción social. El desgraciado accidente lo transformó en un ser violento, egoísta y agresivo. Lo convirtió en un psicópata.
Esto nos lleva a una conclusión final: "El psicópata también se hace".
Quizás todos tenemos en nuestro interior una parte tenebrosa y sombría.

Fin.


Por Virginia Ripalda Ardila.